viernes, 30 de noviembre de 2012

Centenario del nacimiento de Hugo del Carril

J.C.Lamas,H.Del Carril y J.Sandoval

Detrás de esa voz que siempre vuelve con aquella marchita capaz de inflar pechos de lealtad o de erizar los pelos de espanto, está uno de los artistas emblemáticos del siglo XX en Argentina: Hugo del Carril. Cantor, locutor, actor, productor, director de cine, guionista, Del Carril fue el arquetipo de lo que un su época era una hombre del espectáculo, distinguido en su caso por un notable carisma y, por eso, dueño de un irresistible arraigo popular.
Piero Bruno Hugo Fontana, así se llamaba Del Carril, nació un día como hoy de hace 100 años, en Buenos Aires, en el barrio de Flores. Hijo de Orsolina Bertani y de Ugo Fontana, un arquitecto anarquista que un día abandonó a su familia, Piero entró al universo del espectáculo muy joven, a través de la radio. Primero fue locutor y enseguida cantor. Terminaba la década de 1920 y Gardel, que todavía caminaba por Buenos Aires, fue el mejor modelo.
Bajo seudónimos como Pierrot, Hugo Font o el más criollo Carlos Cáceres, Del Carril fue estribillista de cuanta orquesta pasara por Radio del Pueblo, después de formar un cuarteto con Emilio Castaing y Mario y Martín Podestá, ser parte del trío París, y aportar a la tradición criolla de los dúos con el rubro Acuña-Del Carril. A mediados de la década de 1930 grabó con la orquesta de Edgardo Donato y poco después con Tito Ribero, que será su conductor musical por mucho tiempo.
Ya era definitivamente Hugo del Carril cuando en 1936 el director Manuel Romero lo llamó para cantar Tiempos viejos en la película Los muchachos de antes no usaban gomina. Morocho, engominado, pintón, de voz bien plantada y sonrisa prometedora, Del Carril encuentra enseguida un lugar en el por entonces floreciente cine nacional. Madreselva, de 1938, con Libertad Lamarque; Vida de Carlos Gardel, de 1939, con Delia Garcés; Gente bien, de 1939, con María Armand; El astro del tango, de 1940, con Amanda Ledesma, y La piel del zapa, de 1943, con Aída Luz, le dieron la fama que se prolongaría en La cabalgata del circo, de 1945, otra vez con Lamarque; La cumparsita, de 1947, con Nelly Darén, y El último payador, de 1950, dirigida por Homero Manzi, entre otras.
Actuaba y cantaba
El actor potenciaba al cantor y viceversa. Los escenarios más prestigiosos de Buenos Aires, los mejores horarios en las radios que llegaban a todo el país y giras por América lo consolidaban también como uno de los mejores cantores de la época, de estilo sobrio y viril y repertorio impecable. Los discos que grabó para el sello Odeón son testimonio.
En 1950 se pone del otro lado de la cámara y filma como director Historia del 900, la película de una chica bien y un muchacho de pro devenido en cantor orillero, de la que también es protagonista y guionista. Al año siguiente comienza a trabajar en lo que será su obra cinematográfica más celebrada, considerada por muchos entre las mejores de cine argentino: Las aguas bajan turbias, adaptación que el mismo Del Carril hizo de la novela El río oscuro, de Alfredo Varela.
Con esta historia que habla de la explotación de los tareferos en los yerbatales del Alto Paraná y la codicia de los terratenientes, al final castigados por los obreros organizados sindicalmente, Del Carril va más allá del entretenimiento melodramático y entra en la órbita el cine político-social. Eran las épocas del peronismo, movimiento al que el cantor y cineasta se había acercado bajo la influencia de Homero Manzi y al que había adherido con armas y bagajes. Incluso, poniendo su voz en la primera grabación, con la orquesta y el coro del Teatro Colón, de Los muchachos peronistas, en 1949.
Las aguas bajan turbias se estrenó en 1952, después de la muerte de Evita, y más tarde fue presentada en el Festival de Venecia, donde recibió elogios de los franceses René Clair y Georges Sadoul, entre otros. La película se vio después en siete países europeos, la India y se mantuvo en cartel durante casi dos meses en los Estados Unidos. No obstante el éxito del filme, el secretario de Comunicación, Raúl Alejandro Apold, le adivinaba cierto halo "comunista". Tras acusar a Del Carril de haber cantado en Uruguay el día de la muerte de Eva Perón, el funcionario levantó la película de cartel y enseguida Artistas Argentinos Asociados y Radio Splendid rompieron los contratos que tenían con Del Carril, que de todos modos en 1954 comenzaría a filmar La Quintrala, una superproducción de cuatro millones de pesos. La historia de Catalina de los Ríos y Lisperguer, una escéptica y herética dama chilena del siglo XVII, y de su jesuita enamorado, se estrenó en mayo de 1955. Pero se levantó casi de inmediato. Era poco menos que una provocación para la precaria relación entre el gobierno de Perón y la Iglesia Católica, en la antesala de otro zarpazo militar.
Final de una era
El golpe de estado de 1955 reconstituirá las atávicas zanjas sociales y culturales del país y para el cantor y cineasta marcará el final de una etapa, acaso la mejor de su carrera. El nuevo régimen lo acusó de contrabando de sus películas al Uruguay sin pagar aranceles y por eso fue encarcelado. Sobreseído, Del Carril siguió cantando y filmando: Una cita con la vida, de 1957, con Gilda Lousek; Las tierras blancas, de 1958, filmada en Santiago del Estero; Amorina, de 1961, con Tita Merello; La calesita, de 1962, según el tango de Mariano Mores y Cátulo Castillo, y Buenas noches, Buenos Aires, de 1964, que antes había sido éxito en el teatro. Por esos años, invertía dinero en un criadero de nutrias en el Tigre, que no prosperará.
Si bien los bríos artísticos no eran los mismos de otros tiempos, el arraigo popular de Del Carril resistía. Tan popular fue Hugo Del Carril, que en su Breve historia del cine argentino, publicada en 1966, el crítico José Agustín Mahieu escribirá: "Hugo del Carril parece, en general, una víctima del medio que lo ha formado, incapaz de distinguir, por su incompleta formación cultural, los datos reales, no puede tampoco expresar sus intuiciones, insuficientemente claras para sí mismo. Por eso su intención realista cae en la deformación melodramática o folletinesca".
En 1973, Perón mismo lo puso al frente del Instituto Nacional de Cinematografía, junto a Mario Soffici. Por esa época comenzó a filmar Yo maté a Facundo, con Federico Luppi, que se estrenó en mayo de 1975. No hubo casi nada más. Con el golpe cívico militar de 1976 fue desaparecido por completo de la radio, el cine y la televisión. Se exilió en México y aunque en marzo de 1980 haya cantado en el Caño 14 y tiempo después dado una serie de recitales en el San Martín y más tarde haya sido nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos aires, fue como si nunca hubiese vuelto de aquel destierro. Aunque haya celebrado en el Luna Park los 50 años de su primera actuación. Aunque haya muerto en su Buenos Aires cuando ya era otra, el 13 de agosto de 1989.
Ya hacía rato que Del Carril estaba en su pasado. Aquel país que había mirado con ojos de cine y al que le había cantado en tangos ya era historia. Y dentro de esa historia estaba la suya, la de un hombre del espectáculo, tan querido cuanto aborrecido por su popularidad. La historia de un artista argentino del siglo XX. Mucho más que la voz de Los muchachos peronistas.
Criollo y gardeliano
Por Gustavo Visentín. Cantor de la Orquesta Provincial de Música Ciudadana
Hugo Del Carril fue un cantor de tangos de notable calidad. Dueño de una caudalosa voz de barítono (propicia para el género), un afinado oído musical, perfecta dicción y delicado fraseo. Su sobrio estilo, de claras raíces criollísticas y gardelianas, fue a la vez viril y sensitivo. Con maestría supo dotar su canto de ricos matices, evitando desmesuras estéticas e innecesarios alardes de voz, siempre subordinado a los "climas" que las obras le exigían. La destreza en el manejo de este complejo equilibrio de canto (que imponen casi todos los tangos) deja claro su dote de artista, pero también destaca su preocupación, inteligencia y laboriosidad en busca de lo excelente.
Sin embargo, también es justo señalar que estas cualidades son más nítidas en sus registros de mediados de la década de 1930 hasta principios de 1950 (y que muchos historiadores señalan como su "época de oro"). Por esos años es donde Don Hugo, con orquestas de acompañamiento a cargo de Tito Ribero, Joaquín Mora, o con conjunto de guitarras; deja las memorables versiones de Como aquella princesa, Aquel muchacho triste, Indiferencia, Me besó y se fue, Vendrás alguna vez, por citar sólo algunas. A partir de 1960 -con esporádicos retornos al disco- se visibiliza cierta declinación vocal, producto tanto del natural decurso del tiempo, como por su condición de gran fumador. En este "atardecer" y como sucediera con tantos grandes cantores, Don Hugo echa mano a recursos menos felices, buscando en los "efectos" interpretativos aquello que su voz le comenzaba a privar. Pero esto no será mella en la mensura total de su obra discográfica.
Vaya mi sentido y admirado recuerdo por este gran artista, verdadero ejemplo de profesionalidad (tuve la suerte de tratarlo alguna vez en los inicios de mi carrera), trabajo y compromiso con el arte.


El centenario del nacimiento de Hugo del Carril, que se cumple hoy, permite recordarlo como una prominente figura del cine argentino y un artista popular comprometido con su tiempo, al punto de inmortalizar la marcha peronista.
Nació el 30 de noviembre de 1912, en el predio porteño de San Pedrito 256, hijo de Ugo Fontana y Orsolina Bertani, inmigrantes italianos, hasta que el hombre, arquitecto y anarquista, abandonó el hogar y el chico y su madre pasaron a vivir con la abuela. 
Su asociación con el cine comenzó como actor, en 1937, cuando Manuel Romero lo contrató para grabar unos tangos en Los muchachos de antes no usaban gomina , donde actuó con Florencio Parravicini. El sello Lumiton lo contrató para tres películas, La vuelta de Rocha , Tres anclados en París yMadreselva . En 1941 estuvo en el gran éxito que fue La canción de los barrios . Y también trabajó junto a Eva Duarte en La cabalgata del circo . El cine despertó en él un interés mucho más intenso que el tango porque le daba un espacio mayor para expresarse.

La cualidad esencial de su cine fue la sinceridad. Sólo filmó asuntos en los que creía y con los que se sentía comprometido. Por un lado, su obra recorrió una especie de cuerda tensa, a uno de cuyos lados había un romanticismo melancólico, y del otro una fascinación ante la crueldad. Su romanticismo incluyó aparte de una lírica añoranza de ideales femeninos (en todos sus filmes menos en La Quintrala y Tierras blancas hay una heroína sensible y frágil), una solidaridad con la gente humilde y sus dramas. EnHistoria del 900 , su opera prima, el “malo” es simplemente un malevo; en Surcos de sangre la mezquindad de un padre que perjudica además a un grupo de trabajadores de la tierra; en Las aguas bajan turbias , quizá el mejor de sus filmes, la sociedad posibilita una explotación más que inhumana; en Más allá del olvido , se hace más romántica y toca la redención de una prostituta.
Se reconoce que su cine estuvo tocado por la sinceridad, y cuando no cayó en el melodrama, se manifestó con un realismo romántico que lo caracterizó. Con los años, sus filmes están disponibles para quien quiera descubrir a una figura clave de nuestra cinematografía.

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