sábado, 30 de julio de 2011

JUAN CARLOS MARAMBIO CATAN

Un cantor entre el tango y el folklore. Basta echar una mirada sobre la vida de Marambio Catán para comprobar que, más allá de algunas composiciones memorables y un difuso recuerdo como cantor, todo lo suyo corresponde a un prototipo muy preciso: el del artista atrapado en el tiempo. Juan Bautista Fulginiti y Fernando Nunziata son otros ejemplos, de los muchos que existen, de tal clase de personajes; la diferencia entre éstos y los demás (los siempre recordados, los que trascendieron su propia época) fue en varias ocasiones una mera cuestión de fortuna publicitaria.

Juan Carlos Marambio Catán -tal su nombre completo, reducido con frecuencia a su segundo apellido y a veces trocado por algún pseudónimo- nació en Bahía Blanca. De ahí en más puede seguirse como fuente su propio libro (El tango que yo viví: 60 años de tango; Buenos Aires, 1972; Editorial Freeland), pero una repetición cronológica sería redundante y hasta parásita. Mejor centrarse en su historia artística, en la que no es difícil establecer un paralelo con los demás cantores de su generación, entre los que se incluyen Gardel y Corsini: al igual que éstos, Marambio Catán fue un "cantor nacional" formado con la experiencia y el carácter trashumante.

En el Paraguay hizo sus primeras armas en el espectáculo junto al mencionado Nunziata; a esta incursión casi secreta le siguió otra no menos olvidada, ya en Argentina, cantando con Saúl Salinas durante algunos meses. Corría el año 1915; Marambio Catán se hacía llamar "Carlos Núñez" y de ahí que este conjunto se promocionara primero como Salinas-Núñez, cambiado luego por Salinas-Catán al parecer por sugerencia del payador Gabino Ezeiza. Ese mismo año los dos cantores, que habían recibido fuertes influencias de los dúos mexicanos que difundían en el país los discos Columbia Record (Rosales-Robinson, por ejemplo), se separan; Marambio Catán sigue un tiempo como solista.

Viaja a Mendoza y se convierte en maestro de escuela; reaparece más tarde en San Juan, junto a Carlos Montbrun Ocampo, quien todavía lejos de su famoso conjunto "de las Alegres Fiestas Gauchas" lo convence para formar el dúo "Marambrun", que no prosperó. Ya entrada la década del veinte puede hallárselo junto a otro cuyano, Alfredo Pelaia, con quien mantiene una relación fructífera (y que se registra en varios discos que van de 1924 a 1928); y muchos años después, ya con dos tercios de su carrera cumplida, llega a integrar un dúo con otro músico de la región: Hilario Cuadros, el director de Los Trovadores de Cuyo.

Estas actividades hablan claramente de sus preferencias, que lo llevarían a fluctuar entre el tango y el folklore con igual afianzamiento. Fue un auténtico difusor del cancionero nativo de carácter cuyano-pampeano, según correspondía al modelo de aquella época en que la mayoría de los cantores alternaban la música ciudadana con la de tierra adentro.

A la par de su vida como cantante, y muchas veces en feliz conjugación, Marambio Catán se desarrolló como actor de teatro pasando por las grandes compañías de entonces. Con ellas recorrió una parte significativa de América Latina, por lo general en cuadros de revistas musicales. Como ocurriera una década atrás en aquella gira junto a Salinas, la disolución llegó antes de lo esperado y Marambio Catán siguió solo, ascendiendo por la costa del Pacífico desde Perú hasta Colombia, emprendiendo desde allí el camino de regreso.

Tiempo después, unido a orquestas de tango (Julio de Caro, Eduardo Bianco, Juan Cruz Mateo) para continuar luego como solista, visitó Europa y Egipto.

De todas las inquietudes de Marambio Catán, es imposible obviar su contribución como autor. Por ella es recordado hoy, en un dictamen que no es injusto, pero sí apresurado cuando toda su fama en este sentido se apoya en el recuerdo de tres o cuatro obras. "Acquaforte", con música de Horacio Pettorossi, su creación más conocida y que fuera un éxito en los repertorios de Gardel y Magaldi, nació en el Viejo Continente; agréguense las letras de varios tangos que son más frecuentes en versiones instrumentales, como "El monito", "Buen amigo" o "El choclo", y el amplio resto corresponde a canciones que no tuvieron la difusión que quizá merecían. También dejó tangos, valses y otras composiciones que como autor les pertenece por completo, tanto en música como en letra.

Su labor discográfica no fue tan breve como podría sugerir su virtual olvido como intérprete, pero la falta de reediciones lo convirtió en un artista casi inaccesible más allá de determinados circuitos. Este hecho, sumado a una probable falta de "aggiornamento", le quitó la proyección hacia planos más actuales, y de ahí que quedara circunscripto a una época pasada.

El 26 de mayo de 1924 hizo sus primeras grabaciones para la compañía Victor, acompañado por la orquesta de Augusto Berto (los tangos "Perjura" y "Tengo celos", disco Nº 77.387); al poco tiempo ya alternaba sus placas como solista -secundado por orquesta o por guitarras- con otras del dúo Pelaia-Catán. Más adelante formaría un dúo norteño con Andrés Chazarreta, dejando en marzo de 1931 para el mismo sello cuatro registros prácticamente desconocidos.

Cerca de esta última fecha también pasó por Columbia, pero el título no llegó a publicarse y hoy se conoce gracias a la aparición de un disco de muestra (información suministrada por Fabio Cernuda). En 1932 grabó en España integrando el Trío Buenos Aires, que completaban Juan Cruz Mateo y Carlos Vega. Todo esto, más su trabajo en las radioemisoras porteñas, lleva a pensar que fue un artista en constante ocupación.

Luego de una última "tournée" por provincias y países de América (con el bandoneonista Carlos Marcucci y números de baile a cargo del "Vasco" Casimiro Aín), y tras intervenir como actor y cantante en una obra teatral de Samuel Eichelbaum, decidió retirarse. Sin estridencias, como había sido su carrera. Fue en 1943; la fecha puede parecer prematura, pero no extraña si se tiene en cuenta que para esa época la figura del cantor nacional había declinado.

Marambio Catán tuvo para la historia de la música argentina algunos privilegios accidentales: como autor de una de las letras de "El choclo", tuvo constante presencia en las partituras, aunque pocos intentaran cantarla; le cupo en suerte estrenar el primer tango de Discépolo, titulado "Bizcochito" y rara vez exhumado desde aquel lejano 1924; fue protagonista de una extraña polémica entre los que intentaron discernir si era él u otro el intérprete de cierta propaganda de Geniol. Superando estos detalles, queda un artista digno de ser indagado, que va desde el poeta lo suficientemente descriptivo en "Acquaforte" hasta el cantor experimentado y solvente, según lo atestiguan crónicas y grabaciones.

Falleció en Mendoza. Llegó a ver cómo componían su nombre en la tapa de su autobiografía, prologada por Raúl González Tuñón; no vivió, sin embargo, para el redescubrimiento que aún espera.

sábado, 23 de julio de 2011

"MINGUITO" EN EL RECUERDO

Juan Carlos Altavista (4 de enero de 1929-20 de julio de 1989).
Los comienzos de Juan Carlos Altavista se remontan al Teatro Infantil Labardén. En este teatro tuvo como compañeras a Julia Sandoval y a Beba Bidart, ya encaminado en el ambiente artístico aprendió de actores como Narciso Ibáñez Menta, Francisco Petrone y Luis Sandrini. Con Raquel Álvarez, su mujer de toda la vida, tuvo tres hijos Maribel esposa del comediante Miguel Ángel Rodíguez, Ana Clara y Juan Gabriel. “Mi mujer, sinceramente es lo más lindo que me paso en la vida” diría Altavista dos años antes de morir.

El personaje que lo hizo famoso, Minguito Tinguitella, nació de una idea de Juan Carlos Chiappe. Se trataba de un ciruja o cartonero que operaba en la quema de basura tirando de un carro. Vestía boina y alpargatas. Tuvo mucho éxito en radio y teatro.

Tiempo después Minguito se suma a Polémica en el bar, un sketch televisivo de Operación Ja Ja que luego se presentó como programa autónomo, con la participación de Fidel Pintos, Javier Portales, Vicente La Rusa, Mario Sánchez y Adolfo García Grau. Desde ese momento Minguito cambió su vestimenta, a raíz de un juego simbólico de Altavista que quizó hacerle un homenaje a su padre, a quien no pudo acompañar al fallecer. Luego, Altavista en un reportaje dirá: “Me puse ropas de él. Su sombrero, el saco, la camisa, el echarpe, un cinto grueso de cuero. Y le agregué zapatillas de paño y palillo en la boca”.

De origen humilde, Minguito como era apodado por el público, actuó en varias películas, destacándose siempre por su comicidad y por su personaje principal,

Falleció el 20 de julio de 1989 de un ataque cardíaco, debido a que padecía una enfermedad llamada Síndrome de Wolff-Parkinson-White, que le producía taquicardias paroxísticas (una aceleración con descontrol del ritmo cardíaco).

lunes, 18 de julio de 2011

GRAN HOMENAJE A CARLOS DI SARLI EN FESTIVAL MUNDIAL DE TANGO BUENOS AIRES 2011.

El Director Artístico del Tango Buenos Aires Festival y Mundial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires GUSTAVO MOZZI manifestó que dentro del desarrollo del mundial de tango 2011 y como evento destacado del mismo, el 27 de agosto a las 19 hs en el “Teatro de la Ribera” sito en Pedro de Mendoza 1821, en el barrio de La Boca, y a raíz de una propuesta presentada por el productor artístico JOSE VALLE, se llevará a cabo un gran y merecido homenaje al pianista y compositor CARLOS DI SARLI, espectáculo este que protagonizará la cantante GABY “LA VOZ SENSUAL DEL TANGO”, secundada por el trío del maestro NORBERTO VOGEL, el bailarín y coreógrafo JESUS VELAZQUEZ, artistas que ejecutarán la obra de DI SARLI. Además, el historiador y abogado Dr. EDUARDO GIORLANDINI dará una charla sobre la vida y obra del notable pianista bahiense.

CARLOS DI SARLI: Dos tangos de su autoría son considerados clásicos del género. El primero es en homenaje a su maestro Osvaldo Fresedo y se llama “Milonguero viejo”; el segundo es un reconocimiento a su ciudad natal, “Bahía Blanca”. No son sus únicas creaciones, pero son las más memorables. Tan memorable como su famosa mano izquierda, “su zurda milonguera”, como dijera un crítico, esa zurda que le otorgaba al sonido del piano un toque distintivo y distinguido, pleno de sutilezas y matices. La mano izquierda de Di Sarli se reconocía por esa manera de decir, de acentuar, de modular.

Julián Plaza, que en algún momento integró su orquesta de 1958 decía que lo que más le asombraba de Di Sarli era que con recursos tan simples le haya arrancado a la orquesta sonidos tan lindos. Esa “simpleza” a la que se refería Plaza no era casualidad o el producto de una improvisación, sino la consecuencia de una fina sensibilidad musical y un rigor profesional desarrollado desde su primera adolescencia.

El nombre de Carlos Di Sarli integra por legítimo merecimiento la llamada generación del cuarenta, esa camada de músicos que renovaron el tango, lo hicieron popular y sentaron las bases para los futuros movimientos de vanguardia. Allí están Aníbal Troilo, Osmar Maderna, Miguel Caló, Mariano Mores, Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Ricardo Tanturi y por qué no, el propio Astor Piazzolla. En esa primera línea de músicos, Di Sarli se incluye por méritos propios. Sus lentes ahumados y su piano constituyeron una imagen clásica que contó con adherentes tan leales como exigentes.

Eran los años en que el tango se bailaba en el centro y en los barrios, en los distinguidos salones y en los modestos clubes. Cada cabaret tenía su músico preferido; cada músico contaba con su propia hinchada. En esa competencia por la popularidad, Di Sarli fue uno de los más aclamados. La imagen suya, sentado frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un clásico.

Oscar del Priore define muy bien su estilo: “Con el melodismo de Fresedo pero con un basamento rítmico propio apoyado fundamentalmente en su piano conductor, Carlos Di Sarli presenta en el ‘40 su renovado conjunto, equilibrio exacto de las distintas épocas porteñas, excepcional intérprete de los viejos temas instrumentales, favorito de los bailarines y, además, ubicado en repertorio cantado”.

Había nacido en Bahía Blanca en 1903, la ciudad de Ezequiel Martínez Estrada y Eduardo Mallea, una ciudad que hoy lo recuerda y lo honra con nombres de calles, edificios públicos y museos. La música fue una de las pasiones de su padre italiano. Sus hermanos Domingo, Nicolás y Roque fueron músicos. Su madre, Serafina Russomano, era hermana de un conocido tenor oriental. Digamos que la música lo acompañó desde la cuna y el piano desde su primera infancia.

Se sabe que toda profesión auténtica es hija de una obstinada vocación. Di Sarli fue esa vocación, ese esfuerzo y ese rigor. Desde el adolescente que tocaba en improvisadas orquestas en los bares de Bahía Blanca al maduro profesional que grabó para Phillips y Roca Víctor y convocó audiencias en radio El Mundo, hay una trayectoria en ascenso jalonada por diversos experimentos.

El director de orquesta que asombró por su talento en la década del cuarenta, hace sus primeros “pininos” profesionales en la orquesta de ese gran bandoneonista que fue Anselmo Aieta. Antes de constituir su primera agrupación trabajó con el violinista Juan Pedro Castillo y con el trío de Alejandro Scarpino, el autor de “Canaro en París”. A Osvaldo Fresedo lo descubrió en esos años y en algún momento integró la orquesta que luego se lució en el mítico cabaret Chantecler. De aquellos años, circula la leyenda -nunca verificada- que en algún momento fue pianista de Juan D’Arienzo. El músico que crece y pule su estilo se estaba revelando también como compositor y arreglador. En esos años, Juan Pacho Maglio graba uno de sus primeros tangos, “Meditación” y es para esa época que escribe “Milonguero viejo”.

Amigo de Discépolo, lo ayudó a componer la música de sus letras. “Soy un arlequín” lo estrena Tania en el Follies Vergere y el invitado de gala es Di Sarli en homenaje y agradecimiento por el asesoramiento brindado a su amigo. Entre 1927 y 1928, constituye su primer sexteto. En los bandoneones, estaban César Gizo y Tito Landó; en los violines, José Pécora y David Abramsky, mientras que Adolfo Kraus se desempeña en el contrabajo. Los cantores son, entre otros, Ernesto Famá y Fernando Diez, En 1932 se incorpora Antonio Rodríguez Lesende, el célebre “Gallego”, para más de un tanguero el mejor cantor de tangos después de Gardel, el único cantor que fue capaz de decirle que no a Aníbal Troilo y la obsesión de todo coleccionista porque ha grabado muy pocos tangos y conseguirlos es una verdadera proeza.

Después de unos años de voluntario ostracismo o, según se mire, de severo aprendizaje, porque en esos años se relacionó con Juan Carlos Cobian y Ciriaco Ortiz, además de un fugaz pasaje por la orquesta de Juan Canaro, Di Sarli. Recién a fines de 1938 comienza a organizar nuevamente su orquesta que debutará en Radio El Mundo en enero de 1939, conformada de la siguiente manera: piano y dirección Carlos Di Sarli; los violines de Roberto Guisado, Ángel Goicoechea y Adolfo Pérez; en bandoneones Roberto Gyanitelli, Domingo Sánchez y Roberto Mititieri; y Domingo Capurro en el contrabajo; el cantor era Ignacio Murillo, luego reemplazado por Roberto Rufino

Sus cantores fueron un sello distintivo de la orquesta. Los más destacados serán Roberto Rufino (se inició con Di Sarli con 16 años) y Jorge Durán, con dos temas que serán los grandes éxitos de sus repertorios: “Tristeza marina”, por Rufino y “Whisky”, por Durán. A estos nombres, hay que agregarles en un mismo nivel de calidad cantores a Alberto Podestá, Carlos Acuña y Oscar Serpa. Entre 1939 y 1949, la orquesta graba 156 versiones y en esos temas, en la calidad de su interpretación, en la selección de las letras, puede escribirse un fragmento decisivo de la historia del tango. Ya para esa época se lo conoce como “el señor del tango” una designación que honra su señorío.

En 1958, Di Sarli constituye su última orquesta. La línea de violines es de lujo: Elvino Bardaro, Roberto Guisado y Juan Schiaffino. Lo mismo puede decirse de los bandoneones: Libertella, Plaza y Marcucci. Di Sarli murió en 1960, en la plenitud de su capacidad creativa. Como todos los grandes, sus contemporáneos y quienes se consideraron sus discípulos lo honraron con creaciones memorables. Aníbal Troilo compuso en su homenaje “Sinfonía para un recuerdo”, y Osvaldo Tarantino “Adiós

El nombre de Carlos Di Sarli integra por legítimo merecimiento la llamada generación del cuarenta, esa camada de músicos que renovaron el tango y lo hicieron popular.

En esa competencia por la popularidad, Di Sarli fue uno de los más aclamados. La imagen suya, sentado frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un clásico.

Tango Buenos Aires sintetiza una pasión que año tras año incrementa sus seguidores no solo en Argentina sino también en el mundo y fortalece el compromiso con el patrimonio histórico, el crecimiento y la proyección del Tango en todas sus expresiones.

El crecimiento, proyección e importancia del Tango en el mundo ha logrado tal magnitud que en diciembre de 2009 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por decisión del Comité Intergubernamental de la UNESCO. Del mismo modo y desde febrero de 2010 el Tango tiene una sala oficial y exclusiva en la Ciudad: el “Teatro de la Ribera”, Inaugurado en el año 1971, con una capacidad para 700 personas, es un Teatro que existe gracias a otra de las grandes donaciones realizadas por Quinquela Martín que deseaba fundar un teatro para que todas las personas con inquietudes artísticas pudieran disponer de esta sala durante el transcurso de una semana. Las mismas tienen un gran valor gracias a las enormes pinturas de Quinquela Martín. También allí funcionó un coro, una asociación de teatro infantil y se presentaron conciertos, ciclos y conferencias gracias al apoyo de artistas que permitieron con su aporte el desarrollo de este proyecto. Hoy sigue funcionando como teatro con una programación de obras del under y el teatro experimental de gran calidad y pertenece al “Complejo Teatral de la Ciudad de Buenos Aires” dependiente de la Secretaría de Cultura de la Ciudad. en el barrio de La Boca. Allí toda la programación está dedicada exclusivamente a la música porteña, con milongas, shows, clases y exposiciones.

Tango Buenos Aires también comprende el Festival y Mundial de Baile: evento tanguero de mayor repercusión internacional. Miles de bailarines y público de todo el mundo llegan a la Ciudad para participar y vivir las diversas actividades que ofrece este evento que tiene ya su fecha consagrada en el mes de agosto.

Del mismo modo, pero con carácter local y dentro del ámbito de las milongas, todos los años se realiza el Campeonato de Baile de la Ciudad, que se extiende a lo largo y ancho de la Ciudad, recorre los barrios porteños y cada noche de la competencia concreta una milonga distinta.

De esta manera, cada vez más actividades y eventos vinculados al género le dan riqueza a la agenda cultural porteña y enriquecen este bien que resume lo más singular y genuino de nuestras manifestaciones artísticas y culturales, mostrando los rasgos distintivos de la cultura porteña que conjuga la tradición, la renovación y la diversidad de una música que identifica a una Ciudad orgullosamente tanguera.

viernes, 15 de julio de 2011

Murió el cantante Antonio Prieto

El chileno Antonio Prieto, de los íconos de la música latinoamericana durante varias décadas y que inmortalizara el bolero “La Novia”, murió en la noche del jueves a los 85 años.

Prieto estaba internado desde hacía bastante en una clínica de , ya que padecía Alzheimer.

“Estaba en su última etapa, en la que todos sus órganos comenzaron a presentar problemas”, señaló su , Guillermo Prieto, al tiempo que informó que “tuvo un fallo en el corazón que no pudo superar”.

El cantante será sepultado en , ciudad en la que vivía desde su retirada de los escenarios.

uan Antonio Espinoza Prieto, nacido el 26 de mayo de 1926, fue destacado intérprete de boleros y baladas desde finales de la década del 40.

fama como “showman” y actor de cine, con participaciones en una treintena de películas, la parte de ellas realizadas en .

Prieto se hizo conocido en 1949, cuando participó en el programa “La Feria de los Deseos”, que conducía Raúl Matas en la Radio Minería y donde ganó con la canción “Tú, ¿adónde estás?”.

Pronto cosechó fama internacional como intérprete de famosos boleros, entre ellos “La barca” y “El reloj”, del compositor mexicano Roberto Cantoral.

Sin embargo, fue su hermano Joaquín quien compuso los temas que lo llevaron a su consagración definitiva, como “La Novia” (1961), que se popularizó en todo el continente y que fue llevada al cine en la Argentina con la dirección de Ernesto Arancibia.

Pasó una buena parte de su vida en Madrid y Buenos Aires, donde además animó un programa de televisión en los años 60, como así también en México e .

En la Argentina, además, protagonizó, en 1965, la versión cinematográfica de "La Pérgola de las Flores", la más famosa y difundida comedia musical chilena.

Una de sus últimas apariciones públicas fue el año 2002, cuando junto al chileno Lucho Gatica recibió un homenaje en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar.

miércoles, 6 de julio de 2011

Ernest Hemingway: Historias y combates del último gladiador literario

La gran leyenda de la literatura del siglo XX se mató hace 50 años en su casa de Idaho. Antes de esa decisión, lo había hecho todo: reinventó la narrativa, desafió los cánones y, fundamentalmente, fue fiel a su consigna: “Para escribir sobre la vida, ¡primero hay que vivirla!”.

El autor de El viejo y el mar y ¿Por quién doblan las campanas? se pegó un tiro después de una vida marcada por un nomadismo frenético. La guerra, los toros, la pesca, los amores y el alcohol nutrieron una escritura que se hizo inmortal exaltando el instante.

Ultimo round de una leyenda: escribir también es callarse, aullar sin ruido. El era el macho que se había creado a sí mismo cazando, pescando, boxeando, toreando y combatiendo. Esa estampa virilizada no podía ser contaminada por el soplo crepuscular de la degradación física y mental, tanto más radical cuanto menos advertida. “El hombre puede ser destruido, pero jamás derrotado.” Esta frase de uno de sus personajes más paradigmáticos, Santiago de El viejo y el mar, podría ser su divisa antropológica. Como los héroes de sus ficciones –guerreros, cazadores, toreros, contrabandistas, aventureros de toda suerte y clase social– no claudicaría. Ya lo había intentado en otras ocasiones, como si hubiera pretendido encarnar lo escrito en uno de sus cuentos, “Un lugar limpio y bien iluminado”. Esta vez no admitiría otra prórroga al knock out que deseaba. Pero el silencio hace ruido. Siempre. Como un cajón cerrándose de golpe. Eso creyó escuchar su mujer, entre sueños, la madrugada del 2 de julio de 1961. Uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo XX, curtido en el fino arte de la necrológica antes de tiempo, esta vez lo hizo. Tal vez su cara era como una fiesta de la cual ya se habían ido todos. Ernest Hemingway, el autor de Adiós a las armas, decidió volarse la cabeza de un certero escopetazo, en su casa de Ketchum (Idaho), hace 50 años.

¿Cuántas veces estuvo en el umbral del knock out este nómada indómito con ganas de comerse el mundo, que había nacido en Oak Park, un suburbio de Chicago, en 1899? Pudo sortear casi todos los golpes fuertes, pudo esquivar a los heraldos negros que le mandó la Muerte, parafraseando al poeta César Vallejo. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, Hemingway se enroló como chofer de ambulancias en el frente de Italia. Una granada de mortero lo hirió de gravedad. El gran desafío de la escritura, postularía en un futuro lejano, sería “la lucha entre la cosa viva que es la experiencia y la mano muerta del embalsamador”. El jovencito impetuoso, convaleciente en el hospital de Milán, se enamoró de la enfermera Agnes H. von Kurowski, que le serviría luego de modelo para la protagonista de Adiós a las armas. Su pasión etílica le propinó otro porrazo. Hacia 1928 sufrió un accidente cuando se asomó al tragaluz del baño. Ezra Pound, medio en broma, medio en serio, comentaba que “debía estar muy borracho para caer hacia arriba”. Al anecdotario de tropezones habría que agregar el impacto que le provocó el suicidio de su padre y el palo que se pegó cuando chocó con su auto, acompañado por John Dos Passos. Pero la mejor –sin dudas– es que el propio escritor, antes de obtener el Premio Nobel de Literatura (1954), leyó las perentorias necrológicas que se redactaron, después de dos accidentes de avión consecutivos que sufrió mientras participaba en un safari africano.

Conviene eclipsar a esos tentadores heraldos de Hemingway para zambullirse en su formación y en sus obras. A los 18 años, entró a trabajar en el Kansas City, uno de los grandes diarios norteamericanos de posguerra. En las mesas de redacción aprendió a escribir frases breves que capturaron de inmediato la atención de los lectores, desechó el barroquismo retórico y desterró esos adjetivos inútiles que cuando no dan vida matan; recursos que pronto se erigirían en la columna vertebral de su poética. Siempre quiso ser escritor; el periodismo sería un ámbito de fogueo. La afectación lo irritaba. Prefería construir las frases como un cristal que logra provocar la emoción, pero sin anunciarla, relatando de manera precisa la experiencia capaz de causarla. “Si de algo sirve saberlo, siempre trato de escribir con el principio del iceberg –confesaba el escritor a la revista Paris Review, en 1958–. Hay nueve décimos bajo el agua por cada parte que se ve de él. Uno puede eliminar cualquier cosa que sepa, y eso sólo fortalecerá el iceberg. Si un escritor omite algo porque no lo sabe, habrá un agujero en su relato.” En el cuento, precisamente, aplicará esta técnica nueva: mostrar sólo una mínima parte de la historia y hacerla depender de una sólida realidad oculta bajo la diáfana superficie. Hemingway forjó una sólida escuela en la narrativa norteamericana que se prolongaría en autores como Raymond Carver o Richard Ford, herederos legítimos de la teoría del iceberg.

Mucho antes de transformarse en uno de los maestros del cuento, frecuentó la París de los años ’20. Desembarcó en esa ciudad gracias a las cartas de recomendación que Sherwood Anderson le había escrito para Gertrude Stein, Ezra Pound y Sylvia Beach. Una vez más estaba en el lugar indicado, donde se escribía la historia. Hemingway acudía, puntual, a la cita con la bohemia. Por los cafés de Montparnasse y las buhardillas a la orilla del Sena, circulaban también James Joyce, Henry Miller, John Steinbeck, Scott Fitzgerald. París era la meca para los norteamericanos de entreguerras que anhelaban escribir o simplemente beber y realizar un ajuste de cuentas con la vida. Ya era un “piel roja”, el gran macho de la tribu de escritores. En esa época, una de las más prolíficas, publicó dos de sus novelas, Fiesta (1926) y Adiós a las armas (1929), donde consiguió, gracias a la distancia que tanto ponderaba, plasmar sus experiencias en el frente de batalla. En una de sus más célebres recomendaciones sugería: “Nunca escribas sobre un lugar hasta que no estés lejos de él porque ese alejamiento te da mayor perspectiva”.

“Para escribir sobre la vida, ¡primero hay que vivirla!”, es una frase ciento por ciento de Hemingway. A contrapelo del emblema instaurado por Flaubert –quien advertía que para poder crear una obra un escritor necesitaba establecerse en un lugar tranquilo–, “el más borracho del mundo” viviría en una especie de nomadismo frenético. Si la guerra fue uno de los principales tópicos literarios de Hemingway, una década después tropezaría otra vez con una confrontación bélica mayúscula –quién dijo que no se vuelve a tropezar dos veces con la misma piedra– cuando asistió al estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939), donde se comprometió con los republicanos españoles. No era un novato extraviado en un territorio desconocido. España fue un cimbronazo existencial mucho antes de esa contienda y de la publicación de ¿Por quién doblan las campanas? (1940), considerada una obra maestra de la literatura universal. Robert Jordan, el protagonista, es un dinamitero de las Brigadas Internacionales que comprenderá tempranamente que su intervención será inútil porque la guerra como tragedia colectiva seguirá su curso inexorable. “La guerra es el mejor tema: ofrece el máximo de material en combinación con el máximo de acción. Todo se acelera allí y el escritor que ha participado unos días en combate obtiene una masa de experiencia que no conseguirá en toda una vida”, escribió Hemingway en una carta dirigida a su máximo contrincante literario, Fitzgerald.

El mundo de los toros lo subyugó en el preciso momento en que lo descubrió, en los sanfermines de 1923. Hasta los años ’50, era común y corriente ver al escritor norteamericano asistir a las corridas de toros, a veces del brazo de otros mitos vivientes como Ava Gardner o Lauren Bacall. La prosa de Hemingway devino, si se permite la metáfora, en un toro de cuernos afiladísimos. Su cornada magistral –quien no ha sentido, al leerlo, que las letras bailan y arden delante de sus ojos– exalta el instante, a través de la repetición de palabras y frases, con una cadencia rítmica tan imitada como bastardeada. Pudo haber emulado, durante buena parte de la década del ’40, a los bartlebys que ha rastreado Enrique-Vila Matas, esos escritores cuya gloria o mérito consiste en no escribir más. Diez años estuvo sin publicar; recién en 1950 llegaría Al otro lado del río y entre los árboles –autoparódica narración de amor otoñal despreciada por la crítica de entonces– y dos años después el clásico El viejo y el mar, novelas escritas en Finca Vigía, la casa en La Habana (Cuba) donde vivió 21 años, entre 1939 y 1960.

“Su vida estuvo determinada por un sentido, a veces épico, a veces infantil, de la contienda”, afirma Juan Villoro en el prólogo a la reedición de El viejo y el mar, novela con la que obtuvo el Premio Pulitzer en 1953. El protagonista es un viejo pescador, Santiago, que lleva casi tres meses sin pescar; hasta que captura, luego de una titánica lucha de dos días y medio, un gigantesco pez al que ata a su pequeño bote. El anciano perderá ese botín al día siguiente, en otro combate no menos heroico, en las mandíbulas de los voraces tiburones del mar Caribe. En las ficciones de Hemingway cabalga una constante: hombres que se enfrentan, en una pulseada sin cuartel, a un adversario brutal. Más allá del resultado, el triunfo o la derrota, esas criaturas acceden a otra instancia gobernada por el orgullo y la dignidad. Aun en las peores tribulaciones y reveses, la conducta de un hombre puede mudar la derrota en victoria. Los imperativos categóricos de la ficción pronto perforarían los límites de las páginas. Aunque antes del fin, hubo un atajo inesperado.

En el sótano del Hotel Ritz de París aparecieron unos baúles viejos con manuscritos mohosos: los cuadernos de notas que Stein aconsejaba llevar consigo a Hemingway. El hallazgo lo animó a pasar en limpio lo que sería París era una fiesta, publicado póstumamente en 1964, texto en el que evocó sus inicios literarios en los cafés del Barrio Latino y sus contactos con los miembros de la Lost Generation. Las enfermedades minaban el cuerpo del escritor: ligera diabetes, hipertrofia del hígado, un curioso mal conocido como hemocromatosis, hipertensión, problemas serios en la vista. En 1960 se fotografió con el joven Fidel Castro para colocarse del lado bueno de la historia, donde no podía ni debía faltar. Pero se avecinaba una larga despedida. Partía de Cuba y regresaba al país donde había nacido para sumergirse en la ruta de la muerte: pérdida de la memoria, entradas y salidas de hospitales y una seguidilla de intentos de suicidios abortados. “Le demostraré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar”, decía Santiago. Tal vez con la última chispa de conciencia de la dimensión ética y metafísica de ese combate, la sombra de Hemingway conquistó la inmortalidad de un tiro.

Un joven sensible

El epistolario de juventud de Ernest Hemingway revelará a “un hombre sensible”, un rasgo que muchas personas olvidan, dijo la investigadora Sandra Spanier, al anunciar en La Habana que el primer tomo de las inéditas misivas será publicado en octubre próximo por el sello Cambridge University Press, de Pensilvania. Spanier hizo el anuncio durante el XIII Coloquio Internacional sobre Hemingway, en el que participó junto a un grupo de estudiosos de Estados Unidos, Brasil, Japón, Italia y Cuba. Unas seis mil cartas redactadas por Hemingway que se encontraban dispersas por el mundo han sido recopiladas en 18 volúmenes por un equipo de especialistas tras una larga búsqueda que empezó en 2002. “Encontrarlas fue un proceso complejo, hubo que precisar detalles y ubicarlas una por una. Cada día fue una aventura”, señaló Spanier. El primer tomo del epistolario juvenil de Hemingway reúne las cartas escritas entre 1907 y 1922, en las que el escritor estadounidense relató sus experiencias en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando resultó herido y hospitalizado en Milán, Italia. También compendia aquellas misivas en las que habla del matrimonio con su primera esposa, Elizabeth Hadley Richardson, en septiembre de 1920, hasta su traslado a París, donde conoció a Ezra Pound y Francis Scott Key Fitzgerald.

lunes, 4 de julio de 2011

Festival Nacional de Tango en Bahia Blanca


Primer Festival Nacional de Tango a realizarse del 30 de septiembre al 02 de octubre inclusive, en esta ciudad, Habrá conferencias sobre la historia del tango, cantantes, músicos y poetas, presentaciones de libros y espectáculos de gran jerarquía, con cantantes invitados de todo el país.

Bahía Blanca por su estirpe tanguera se merecía su propio Festival Nacional de Tango y también merece reconocimiento Carlos Di Sarli, ilustre maestro bahiense del género, por lo que dicho evento llevará su nombre.

El objeto del festival es simple: difundir el Tango, con toda la valía poético-musical que él contiene, su historia y la de los que lo hicieron grande (músicos, poetas, cantantes), como así también convocamos a todas las expresiones del Tango, desde las más clásicas y tradicionales hasta las propuestas más innovadoras a participar del mismo.

CRONOGRAMA DE ACTIVIDADES:

Viernes 30 de septiembre: se realizará una conferencia sobre “La historia del tango argentino y bahiense en particular” y “vida y obra de Carlos Di Sarli” y presentación de libros y show musical con entrada libre y gratuita en la Estación Sud.

Sábado 1ro de octubre: por la tarde se realizará una clínica de Tango Bailable en “EL MOTIVO” tanguería, sita en Brandsen 550, y a la noche un show de tango en el mismo sitio. Además, también en horas de la tarde, recital de tango electrónico en la plaza del tango y/o el lugar que se designe.

Domingo 2 de octubre: Inauguracion mural del tango con las imagenes de CARLOS DI SARLI,JUAN CARLOS COBIAN,ROBERTO ACHAVAL, ARMANDO LACABA Y MARAMBIO CATAN en la plaza del Tango.

gala de tango con grandes figuras nacionales del 2x4 y homenaje a CARLOS DI SARLI en el Teatro Municipal.

La producción general estará a cargo de JOSE VALLE