miércoles, 12 de enero de 2011

Tato Bores hizo reír con la política


Cuál Tato Bores ha muerto? ¿El hombrecito de frac de la televisión rechoncho y verborrágico que durante casi cuatro décadas obligó a los argentinos a mirarse en el espejo de sus propias contradicciones o el ser humano cálido y sensible que pasaba sus veranos en Punta del Este rodeado de sus seres queridos y a veces parecía mirar el mundo con un dejo de melancolía?

¿El monologuista brillante que renovó el lenguaje de la s tira política y mantuvo despierta la conciencia cívica de varias generaciones con su monitoreo desenfadado e irreverente de la actualidad nacional o el fino observador de la vida que prefería recluirse en su casa durante largos períodos porque sabía que el humor es una herramienta noble que no se debe malversar?

Payaso al fin Mauricio Borensztein era un cómico de raza que sabía ponerse serio. Y llenó con pareja dignidad los sucesivos destinos que la vida le fue proponiendo: el de hacer reír el de hacer pensar (casi siempre por la vía del absurdo) y el de hacer felices a quienes lo rodeaban.

El hombre del frac

Tuvo una vida artística larga y fecunda que lo llevó a transitar por incontables escenarios pero el monólogo político televisivo fue la marca que le abrió rotundamente los caminos del éxito y lo instaló para siempre en la costumbre de los argentinos.

Comenzó a contar chistes políticos en 1957 en un momento en que el género estaba en auge. Pepe Arias lo había vuelto a poner de moda con sus famosos monólogos sobre la caída de Perón presentados en 1956 en el Comedia y El Nacional.

Tato se fue abriendo paso de la mano de Landrú su primer libretista político. En 1958 cuando el gobierno de Frondizi enfrentaba una crisis de inestabilidad ministerial se presentó ante las c maras de frac para estar preparado por si le ofrecían "algún ministerio".

Ya nunca se sacó el frac que pasó a ser -como la peluca el cigarro y los anteojos- algo así como su emblema personal. Es curioso: una humorada sobre la inestabilidad fue el punto de partida de uno de los fenómenos m s extraordinarios de continuidad y permanencia en el éxito que generó la televisión argentina.

Un estilo diferente

Pero m s que el frac o la peluca la gran novedad de Tato Bores en la TV consistió en la creación de un nuevo lenguaje de un nuevo estilo de comunicación.

Sus monólogos eran torrentes de palabras lanzadas a increíble veloci dad al punto de que el espectador tenía que esforzarse para no perder el hilo de su razonamiento. El que se distraía un segundo perdía: quedaba al margen de los chistes de la semana que iban a ser el comentario obligado en las reuniones de amigos o en las charlas de oficina.

El humor de Tato de raíz satírica se apoyaba -fundamentalmente- en su increíble dinamismo comunicacional.

Su personaje de la televisión fue creciendo vertiginosamente y terminó por adquirir una solidez casi institucional. Cambiaban los gobiernos cambiaban también sus libretistas (a Landrú lo sucedió César Bruto y después vinieron Jord n de la Cazuela Aldo Camarotta y varios m s) pero Tato continuaba incólume con sus urticantes glosas semanales sobre la actualidad política.

Una voz en el teléfono

Sus ciclos televisivos se extendían generalmente de mayo a noviembre. Hasta en eso había algo de institucional en los programas de Tato. Alguien llegó a decir que en los períodos en que el país era gobernado por regímenes de facto los programas de Tato ocupaban el lugar de la C mara de Diputados. La exageración formaba parte de la misteriosa trama de complicidades que el tiempo había ido tejiendo entre el m s famoso de los cómicos de la TV y una audiencia fervorosa y mutitudinaria.

Pero el aporte de Bores a la televisión no se agotó en los monólogos. Fue precursor en muchas otras cosas: en comer ante las c maras (recuérdense sus tallarinadas con Rodolfo Crespi) en deslizarse sobre patines en rodearse de detalles absurdos y personajes extravagantes de Ricutti a Peralta Ramos de Larrussa a Carnaghi. Sus llamadas telefónicas a la quinta presidencial de Olivos (fuesen sus ocupantes civiles o militares) se incorporaron a la mitología popular.

Tato y la censura

Su corrosivo espíritu satírico le acarreó muchas veces complicaciones y disgustos desde bombas en su domicilio hasta intrincados procesos judiciales.

Entre estos últimos el m s sonoro fue el que se puso en marcha el 11 de mayo de 1992 cuando una de las salas de la C mara de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal prohibió la difusión de un fragmento del programa "Tato de América" en el que se ironizaba sobre la jueza María Servini de Cubría. El programa salió al aire pero los pasajes prohibidos fueron sustituidos por una leyenda que decía: censura judicial .

El episodio colocó a Tato en el epicentro de una ruidosa reacción de protesta contra lo que se presentaba como un típico caso de censura previa.

El cómico cosechó en ese momento incontables testimonios de afecto y solidaridad. En un multitudinario programa en el que participó gran parte de la colonia televisiva Tato arremetió contra sus censores en clave de humor. El asunto culminó en septiembre del mismo año con un fallo de la Corte que revocaba la prohibición y autorizaba la emisión de los fragmentos objetados.

Los comienzos

Nacido en Buenos Aires presumiblemente en 1925 (en los reportajes solía ocultar el dato entre bromas y veras) Mauricio Borensztein pasó parte de su infancia jugando en la plaza Lavalle. Su familia vivía en dos habitaciones en Córdoba y Libertad.

A los 18 años trabajaba como plomo de la orquesta de Luis Rolero que amenizaba los programas de Pepe Iglesias en Radio Splendid. El plomo es -ya se sabe- el que lleva los instrumentos y las partituras de los conjuntos musicales.

En los intervalos Tato contaba chistes que el grupo celebraba ruidosamente. Julio Porter y Pepe Iglesias repararon en él y al poco tiempo lo hicieron debutar ante los micrófonos.

A través de Porter se vinculó paralelamente al teatro Maipo que lo incorporó a sus elencos de revista.

En la radio su mayor éxito fue su caracterización del niño Igor un personaje que le permitía a Tato ironizar sobre sus ancestros judíos. También en las revistas del Maipo solía caricaturizar a sus paisanos una habilidad en la que competía con Adolfo Stray. Años m s tarde Tato incluiría a su cl sico judío entre sus personajes de la TV.

En los años setenta cuando era ya un virtual prisionero de la TV se dio el gusto de volver al escenario del Maipo y al género de sus primeros éxitos: la revista.

En ese regreso tuvo como compañeros -en sucesivos espect culos- a Carlos Perciavalle Moria Cas n Mimí Pons Juan Verdaguer y Nélida Lobato.

Años m s tarde en 1985 demostró su gran versatilidad interpretativa en "La jaula de las locas" de Jean Poiret junto a Carlos Perciavalle.

El cine no aprovechó nunca demasiado bien su talento de actor ni su vis cómica. Una de las cosas que lamentaba era no haber desarrollado una carrera cinematogr fica importante. En un par de películas -"Departamento compartido" y "Amante para dos"- fue el partenaire de Alberto Olmedo. Juntos dejaron algunas secuencias regocijantes.

Por supuesto lo suyo fue la televisión. A ella le consagró -tal vez a pesar suyo- sus mejores energías. Y de la mano de ella se instaló en el mito donde la memoria agradecida de los argentinos ir a buscarlo una y otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario