miércoles, 2 de marzo de 2011

Beatriz Guido, una vida entre las novelas y las polémicas


Visualizo mi muerte en forma inocente, con un cielo, ángeles y paz, y con diablitos en el infierno. Lo que no le perdono a la muerte, a pesar de la profunda fe que me hace creer en el reencuentro, es el no diálogo, el silencio definitivo. Como dice Marguerite Duras, a nada le tengo más miedo que al olvido. Así decía, en 1984, la escritora Beatriz Guido, una de las personas más polémicas de la cultura argentina. Su muerte, con o sin angelitos, con o sin el reencuentro con su marido, llegó hace diez años.Soy terriblemente antiperonista, dijo una vez. Soy terriblemente mentirosa, dijo otra, como para que se supiera que todo debía ser tomado entre paréntesis. Polémica, acusada de ser de derecha, de ser gorila y de falsa aristócrata, cuando murió, en Madrid, Beatriz Guido era agregada cultural de la Embajada argentina.Guido había nacido en 1924. Su destino no era el anonimato: la niña era rosarina y su padre, uno de los autores del Monumento a la Bandera. A los diez años -contó mucho después- horroricé a Gabriela Mistral con mi afán de leer noticias policiales en el diario Crítica. Pero mis padres adivinaron al escritor. Ningún instrumento cultural me fue negado.Por eso, la joven Guido empezó y dejó la Facultad de Filosofía y Letras, y entre el 48 y el 50 vivió en Europa. En 1951 conoció al hombre con el que haría su vida y al que quedaría ligada en todos los terrenos. Se llamaba, claro, Leopoldo Torre Nilsson. El me ayudó a disciplinar mis desbordes y le dio a mi trabajo la vasta posibilidad del cine, contó más tarde.La casa del ángelEn 1954 ganó el concurso Emecé con su novela La casa del ángel. En 1966 -¿soy terriblemente mentirosa?- le dijo a la revista Confirmado: Era amiga de todos los jurados. Los concursos son tremendos. A mí me premiaron por amiguismo, y cuando yo fui jurado también premié a mis amigos. Lo más grave es que, por ayudar a mis amigos, que eran escritores menores, dejé pasar un libro de Cortázar sin premiar.Beatriz Guido coqueteaba con la frivolidad. Podía declarar que tomar el té en el Plaza ­me inspira tanto! o burlarse de quien le dice que si se hiciera la reforma agraria que predica su familia se vería perjudicada contestando: No... hace como veinte años que están en decadencia.Sin embargo, tenía menos de treinta años cuando las mujeres argentinas pasaron por primera vez por el cuarto oscuro y era una mujer que hablaba de política y la política se filtra en muchos de sus libros. Odio a Jauretche, a Alfredo Palacios, a Ezequiel Martínez Estrada. Son los grandes traidores de una generación que nos dejó sin maestros, decía en 1966.Ese mismo año -¿soy tremendamente antiperonista?- contaba que en Nueva York todos los canales pasan un cortometraje sobre la vida de Eva Perón. A mí me revienta, pero también gracias a esas cosas allí ya saben que la Argentina tiene calles de cemento y que no está llena de indios.En la década del 60 escribió El incendio y las vísperas y lo leyó todo el mundo. Lo protagoniza un hombre de los sectores tradicionales de la sociedad que traiciona su origen para obtener un cargo durante el segundo gobierno de Perón.Después de ese libro, Arturo Jauretche le dedicó un capítulo de su libro El medio pelo argentino. Dijo que ella era del medio pelo, que esos eran sus lectores y que Guido había espiado a la clase alta con la mentalidad de su público.Guido no se asustó. Con desparpajo, repitió durante años: Ojalá Jauretche escriba contra mí. Que sobreviva mucho tiempo, así se siguen vendiendo mis libros.

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