Le gustaba decir que había nacido actor y que difícilmente iba a retirarse sin cumplir sus sueños más anhelados sobre un escenario. Por eso, la vida de Marcos Zucker se identifica completamente, de comienzo a fin, con el oficio que eligió de adolescente, tras crecer en un hogar que invitaba a abrazar la vocación por el arte.
Zucker había nacido , el 15 de febrero de 1921, en la cortada Zelaya, entre Jean Jaurés y Anchorena, en pleno barrio del Abasto. Cada vez que en los últimos años se evocaba su extensa trayectoria o era entrevistado para hablar de su vida como artista, el hombre de gesto tierno, ojos entornados, frente generosa y cabello rizado recordaba con una sonrisa que su debut fue a los 6 años, integrando la compañía infantil de Angelina Pagano, que bautizó al pequeño Marcos como "el pibe Garufa", porque ése era el tango que cantaba sobre las tablas junto a sus precoces compañeros.
Muchos años después, Zucker identificaría a Pagano y al mismísimo Carlos Gardel como sus padrinos artísticos. "Muchas veces Gardel me dio chirolas", recordaba orgulloso mientras hablaba de cómo vivía en un hogar de nueve hermanos, todos ellos predispuestos para el canto.
La explicación estaba en una simple cuestión hereditaria, ya que el padre de Zucker, sastre de oficio, se lucía entonando temas litúrgicos en las sinagogas. De hecho, uno de sus hermanos, con el nombre artístico de Roberto Beltrán, fue uno de los primeros cantores de la orquesta típica de Osvaldo Pugliese.
Pero el perfil artístico de Zucker, que eligió ser actor en vez de cantante, llegó por parte de madre, un ama de casa que moldeó a la futura estrella del cine, del teatro y de la televisión en su característica más saliente: una enorme emotividad que parecía salir de lo más profundo de su ser. "Es que en mi hogar –se justificaba– se vivía con la lágrima a flor de piel. Hasta las alegrías se lloraban."
Tal vez por eso, toda la carrera de Zucker puede sintetizarse en la mueca amarga y de profunda pena que acompañaba a aquel payaso que supo pasear por los escenarios –sobre todo televisivos– en los últimos años. Y no por casualidad reconoció que el corolario de su carrera fue la recreación de la vida del gran payaso Frank Brown, que llevó al teatro en 1979, cuando ya llevaba sobre sus espaldas más de 200 obras.
Pero el actor que más que inclinarse hacia temas u obras determinadas prefería trabajar su vocación sobre los personajes quedó sobre todo identificado por sus personajes cómicos, especialmente los que paseó por televisión en algunos de los programas más representativos de la comicidad en la historia de la pantalla chica: "Operación Ja Ja", "La tuerca" y "El chupete", donde cada lunes le preguntaba a Alberto Olmedo, con su inconfundible acento judío, si estaba dispuesto "a hacer un pequeño sacrificio".
A partir de ese reconocimiento masivo que surgía de la TV (medio al que llegó para quedarse en 1952, con "¡Qué familia!"), Zucker se ganó una identificación como actor cómico, que ratificó en buena parte de las 64 películas en las que participó: su debut en la pantalla grande fue en 1938, con "El casamiento de Chichilo" y cerró esa trayectoria con dos películas independientes: "Gallito ciego", y "No sabe/No contesta".
Pero, por sobre todo, supo lucir en el teatro esa rara combinación entre temperamento, picardía, simpatía, ternura y aplomo que iba de la más sobria expresividad hasta el gesto más conmovedor y sensible. Debutó como actor siendo un niño en "Rosa de oro", de Arturo Capdevila; trabajó junto a Luis Arata cuando tenía 14 años y también se formó junto a Florencio Parravicini y Pierina Dealessi, en un ascendente recorrido escénico que lo llevó a encabezar, en 1955, su propia compañía de comedias en el desaparecido teatro Variedades.
Y aunque su presencia fue por muchos años casi infaltable en las comedias de vodevil más exitosas que se representaban en las salas porteñas o en las temporadas veraniegas marplatenses, Zucker siempre prefería incursionar en terrenos más arriesgados, siguiendo el camino de sus admirados Jacobo Ben-Ami, Louis Jouvet, Ermete Zaccone y Jean-Louis Barrault, que llegó a dirigirlo en "La alondra" , junto a Luisa Vehil.
Prefería, por eso, representar piezas dramáticas, sobre todo porque exigía al espectador un mayor esfuerzo de atención y compromiso. "Quizás –explicaba– porque se le teme a la verdad." Desde que integró, en 1950, el elenco de "La muerte de un viajante", con Narciso Ibáñez Menta al frente, soñó con interpretar algún día el papel de Willy Loman. Y agregaba que lo último que le gustaría interpretar era "Rinoceronte", de Ionesco, obra que definía como "mi mayor ambición sobre un escenario".
Pero sobre todo Marcos Zucker quedará como un actor de gesto entrañable, capaz de entregar sin artificios la más profunda de sus emociones. Lo hacía con un gesto melancólico y doliente, al que se sumó desde 1977 la carga de una pérdida irreparable: la desaparición de su hijo Roberto, por entonces de 23 años.
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